REINOS

La otra noche, mientras paseaba por la orilla de mi amada, divisé a lo lejos una luz parpadeante. El faro del puerto marcaba el fin del lugar donde las palabras pueden desprenderse de mi. Subí hasta el más alto de los lugares para divisar mejor el finis mundi y allí, entre las luces del paseo y la calma de las olas, pude pensar. ¡No se de que me sorprendo si he descubierto mi santo grial bañado en agua salada! Las mayores concepciones surgen de la paz, y es que tú, mundo aparte, eres pura paz. 

El miedo a la caída me impulsaba a saltar. La pirámide se tambaleaba y mis piernas temblaban. El miedo se apoderaba de mi. Los síntomas del vértigo empezaban a manifestarse, pero yo seguía allí: imparable, observando la calma que el viento arrastraba. Allí arriba, sola, lejos de los demás mortales me pude parar a ser. En voz alta recité todo aquello que me da la vida, y al igual que cuando te conté qué me hizo como soy, algo dentro de mi se removió. Las hojas marchitadas volaron bien lejos. Y, aunque el inicio de la primavera nos resulte lejano, en aquel momento el poniente inundó la atmósfera para dar inicio a la ansiada estación.

Cambios. Calma. Silencio. Tu habitación, la mía y aquellas en las que me hayan dejado estar. Las pupilas se dilatan. La curiosidad aumenta. La mirada fija en un lugar husmea todos los detalles de las paredes, las estanterías, la mesita... La seriedad y yo nos hacemos íntimas. Sospechas. Intuyes. Crees que miro con descontento todo lo que tengo delante, pero te equivocas. Creo firmemente que tu mayor expresión es tu habitación. Abrirme esas puertas es como si me abrieses tu alma: tus recuerdos, tus gustos, tus más preciadas pertenencias. Todo eso eres tu. Todo eso soy yo.

Soy el ordenado caos de mi estantería. Los libros que cogen polvo porque nunca acabo. Soy la impecable simetría de mis láminas. La cámara que convive con el trípode que gasta más mi socio que yo. Soy todos los bolis de tinta azul que hay por donde busques. Y esa libreta que todos ven y nadie toca. Soy los cajones llenos de recuerdos, los monos de plástico y las películas en DVD que me compraba sin haber visto. 

Eres ese olor a frutos rojos. La casa que siempre está limpia. Eres la diáfana habitación con pósteres hechos en hojas A4 a Word. La puerta que solo me dejó profanar el lugar sagrado cuando el llanto se apoderaba de mi. Eres una habitación con la bandera de Obrint Pas sobre la cama y el corcho lleno de recuerdos del niño que me solía putear. Unas paredes moradas, las bolas de nieve, un Beefeater en su edición especial y referencias a tu pasión por el violín en el armario. Una pañoleta, amapolas, nuestro collage y blocs de dibujo que envidio. Eres la Super 8, el incienso, los dibujos con los que me quedé embobada. Eres el fascinante mundo que se me abre delante cuando, sin saberlo, dejas que la curiosa niña que llevo dentro entre en tu reino. 

Pero a pesar de todo eso, no me gusta abrirles la puerta de mi hogar a quienes no conozco. Esos ojos tan vacíos que leen mis recuerdos y comentan lo bonito que está todo porque no van a soltar un comentario negativo del lugar que les ha acogido los quiero enfrente de mi fachada. Esas son las miradas que continuaran pensando siempre que somos lo que a primera vista ven. Soy tan peculiar como lo es mi habitación. Y quiero seguir siéndolo. Aunque me cueste. Aunque nada sea fácil.

La otra noche, mientras paseaba por la orilla de mi amada, divisé a lo lejos una luz parpadeante. El faro del puerto marcaba el fin del lugar donde las palabras pueden desprenderse de mi. Mis pies me llevaron hasta allí, lugar donde hacía mucho que no pasaba tiempo de noche. El embravecido mar me atemorizaba con su fuerte oleaje creciente. Y fue allí, entre la lucha poseidónica que se me acontecía, cuando admiré la inefable belleza que hay en mi vida. Belleza que trasciende lo mundano. Belleza que acapara. Simplemente, armonía interior que nadie nos enseña a tener. Aquella que siempre he preservado y admirado. Aquella que se genera cuando aceptas que la gente te quiere por ser raro, no por seguir a la manada. 

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