2018



A finales de 2017 me prometí que 2018 sería el año del cambio. Sería mi año. Me prometí que no volvería a llorar por nadie, ni haría sufrir por mi culpa, tampoco dejaría que me volviesen a utilizar. Prometí no volverme a equivocar, no cometer los mismos errores. Pero, por mucho que me hiciera esos propósitos, sigo tropezando con la misma piedra una y otra vez. Aún así, 2018 ha sido mi año, aunque me cueste reconocerlo.

Damos por sentadas las situaciones, ni siquiera nos planteamos que puede que mañana ya no esté a nuestro lado quien día a día lo estaba. Pero es así. He perdido a gente y me he distanciado de otra. He hecho una extraña limpieza entre todo lo que me rodeaba. Y digo extraña porque he arrasado con más de lo que tocaba. Con la simple elección de un camino diferente al suyo me distancié de grandes amistades que pensé que durarían a pesar de la distancia. Pero la distancia se manifestó con el olvido, la pereza o el simple "eh, pues cuando vengas un día quedamos". Ese día nunca llegó, y nunca llegará. Con el tiempo te das cuenta de quienes son los incondicionales. Que, por mucho que duela, hay que pasar página y concienciarse de que hay cosas que no volverán, gente que ahora no encaja en tu camino cuando hubo un tiempo en que sí  lo hizo.


Me duele admitirlo pero me alegro de esta distancia, porque hay caminos que no quiero a mi lado. Hay muchos tipos de personas, muchas formas de ser y encarar la vida. Y yo sé que las dependencias no las quiero cerca. Doy gracias a la vida, al destino o a quien haga falta por alejarme de tales situaciones que ahora me preocupan, porque ponen la vida de mis amigos en riesgo. Pensarás que soy una hipócrita por alegrarme de tenerlos lejos y a la vez no poder evitar pensar en ellos, pero no puedo no preocuparme por aquellos que fueron importantes para mi en los últimos años.


En esta transformación he encontrado a mis 3 ángeles: las que están aunque me dé cabezazos contra la misma pared una y otra vez. Ahí están ellas para aguantar el monotema o mi silencio durante semanas. La avaricia nos pierde, y queremos contra más mejor. Queremos tener muchos amigos. Queremos ser los que visten mejor o viajan más. Queremos todo aquello que nos haga mejores, sin valorar a quien te tiende la mano de forma incondicional. Me he dado cuenta de que mis tres ángeles son quienes más me han sufrido y a quien más he sufrido. Son quienes me sorprenden con todo aquello que conocen de mi ser, las que saben qué voy a decir o con las que puedo hablar con miradas. Mis tres ángeles, es curioso, pero no sé conocen entre ellas casi. Son extrañas estrellas que tienen un punto en común. Y gracias a su luz, emprendo mejor la senda por la que deben cabalgar mis corceles. Aquellos corceles de los que perdí las riendas hace 4 meses. Las riendas que toda vida sana debe tener. Esas que hace poco tuve el espejismo de dominar pero era solo eso: un espejismo.

2018 ha sido el año de los excesos: del descontrol a la moderación. El año en que todo han sido extremos. Del abusivo estudio a las fiestas en que me han tenido que contar que pasó. Soy una persona de retos, de ir a por lo que quiero. Si algo quiero algo voy a conseguir, cueste lo que cueste. Me prometí una matrícula de honor, y luché. Luché hasta dejarme la vida en ello, hasta gastar todas mis energías. Lo conseguí. Lloré mucho. No me creía que por fin, todo esfuerzo tuviese su recompensa. Y llegué al lugar soñado. El sitio que llevaba años idolatrando. El sitio en que no contemplaba no estar. Mi sitio. Me olvidé de todo. Me olvidé de que mi vida consistía en algo más que estudiar, estudiar y estudiar. Me olvidé de que el mundo no era mi burbuja. Y cuando salía de ella, salía. Con todas las letras. Con todas las ganas. Con todo el descontrol. Un modus operandi que me duele decirlo, he aplicado últimamente cuando volvía a la misma dinámica.

2018 ha sido el año en que he empezado a aceptarme tal y como soy. El año en que he recuperado la pasión en mi vida. Me he dado cuenta que el pelo rizado no es una maldición, sino la imagen que quiero. He recuperado las ganas de coger una cámara, tirarme por el suelo para sacar los mejores planos, caminar hasta la otra punta solo porque hay un sitio especial. Pero sobretodo, he conseguido mirarme al espejo y que me guste lo que veo. Me tocó vivir aquello que tanto sufrimos nosotras, hermanas luchadoras, y después de aquello me repugnaba mirarme al espejo. Me costaba que alguien me viera en ropa interior. Sentía que solo quería salir de aquella cárcel que fue asaltada. Dejé de comer, no quería ir a clase, lloraba constantemente. Y entonces, alguien apareció en mi vida. Alguien que hizo muchas cosas. Pero sobretodo, quien consiguió que me sintiese querida. Quien consiguió que me volviese a mirar al espejo y me gustase lo que veía. Me fascina. Me fascina como ha sucedido todo. Me fascina ver cómo conseguimos, con solo demostrar cómo nos gusta algo, que alguien recupere ese amor propio que todos buscamos. El famoso mantra "mente sana en cuerpo sano" que me ha costado 18 años aplicar. Una mente que debe ser clara y llena de amor propio para encarrilar una estabilidad que tanto necesitamos.

2018 ha sido Praga y Sevilla. Ha sido viajar al lugar que tanto ansiaba, conocer culturas, formas de vivir. Desmitificar esos sueños de grandeza. Han sido sorpresas que conforman experiencias inolvidables. El calor, los carnets de estudiante, la estafa y las delicias gastronómicas de la capital andaluza. A tu lado. La comedia que compartí con un ángel. Las truculentas calles al anochecer de la romántica Sevilla. Y el clímax de un viaje que culminó con el concierto entre las estrellas y los jardines del Alcázar.

Pero sobretodo, 2018 ha sido el año en que mi vida ha dado un giro de 360°. Un cambio que lo ha puesto todo patas arriba hasta un punto en que he perdido las riendas, esas a las que tanto me refiero. Dejé casa de mis padres. Dejé a mis amigos. Dejé todos los lugares que me eran familiares para aventurarme en el mayor reto al que me había enfrentado. Aquel reto que tantos años llevaba ansiando. Pero el tempo aceleró y dejó atrás el andante que me había acompañado durante toda la partita para tomar un allegro vivace indomable. 


He conocido a gente maravillosa, he hecho amistades que nunca habría imaginado. Esta gente que me ha ayudado en todo y más. Caras largas en que siempre venía alguien a ayudar. Y no sabes lo bien que sienta sentirse en casa cuando te encuentras tan lejos.  He reído hasta llorar y he llorado hasta reír. Lo he tenido todo, y aunque haya habido momentos muy duros, 2018 ha sido un año irrepetible. Un año complicado. Me cuesta admitirlo pero Clàudia del 2017, tenías razón: 2018 ha sido el año del cambio, tu año.

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