SOMOS


Y entonces apareciste tú. De entre las sombras de aquella luz cegadora, apareciste sin saber de dónde ni por qué. Solo te sentaste enfrente mía con aquella camiseta de rayas y aquel tatuaje que tanto me intrigaba. Charlamos. Charlamos durante horas sobre lo banal y lo transcendental. Sin darnos cuenta la semilla del vínculo, la confianza que no se predijo: germinó. Y pasaron las horas. Unas horas que corrían como segundos hasta que el sueño nos hizo presos. Pero pasaron los días, las noches. Nos encontrábamos de forma casual. Te buscaba con la mirada y siempre estabas cerca: con tus camisetas básicas y ese rubio cenizo. 
Mi noche, aquella noche fue mi gran noche. Era mi día. Sabes, recuerdo mucho tu "felicidades", como todo tomó forma. Como, sin saberlo, aquello sería tanto mi principio como el tuyo. Sacar un tema de conversación solo para acercarnos a vosotros, acercarme a ti. Un nombre, una situación incómoda, y tu broma que tanto me molestaba pero incitaba sin pensarlo. Conocemos nuestra historia... o al menos creemos saber la verdad. 
Amanecí en una habitación con 4 personas y una única hora de sueño. Amanecí en un día que nunca parecía acabar. Un día que me trajo demasiadas emociones y un libro. Ese que ahora coge polvo y no se que hacer con él. 
Pasaron los días y las conversaciones. Esa suerte que tuve. Aquella invitación. Y llegué a sentir tu respiración entrelazarse con la mía entre las sombras del atardecer de tu casa. Nacieron nuestras queridas risas, y la foto que sospechaste que captaba y guardo bajo llave en mi galería. Nacimos lo que ahora recordamos con nostalgia: nuestra esencia. Aquello que solo era nuestro. Aquellos momentos en que de pronto eran las dos del medio día y la comida estaba sin hacer. Donde no existían "noes" que silenciaran las ansias de compartir la misma estancia. Aquel trabajo del que sigo esperando respuesta. Pero la vida tenía preparada la traca final: la montaña rusa sólo acababa de ponerse en marcha.
Esas cuatro paredes que eran nuestras: el rincón donde nada malo podía pasar. Ese lugar donde no importaba nada, donde nadie nos juzgaba. Las cuatro paredes que fraguaron una amistad que echo tanto de menos. Un balón que robarnos, una sonrisa inmanente y ese sentimiento de hogar. Eso somos nosotros, nada más. 
Y entre la luz del amanecer que entraba por mi ventana nuestras miradas se lo dijeron todo, olvidaron su excusa y se fundieron en un beso que conmovió su alma, aquella que nunca imaginaron tan apetitiva como llegó a ser. Fuimos eso: dos jóvenes a los que les sobraron las palabras y se robaron las risas. Esas que, con el paso del tiempo fueron perdiendo. Aquellas que cambiaron por la pasión más desenfrenada. 
Y aquello les llevó al abismo. El abismo del que ahora quieren salir, del que necesitan huir. Alejarse de aquello que les hizo elegir que alma querían ser, y recuperar lo que apareció entre las sombras de la luz cegadora una noche de principios de septiembre: aquella conexión que les llevó a sentir lo que creían que no volverían a vivir, eso que somos nosotros. 

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